Cuando fallece un Papa, la Iglesia Católica sigue un protocolo preciso y solemne que ha perdurado por siglos. En el caso de la muerte del Papa Francisco, se declararía oficialmente la “Sede Vacante”, indicando que el máximo cargo de la Iglesia está desocupado.
El primer paso es el llamado al Cónclave, una reunión secreta de los cardenales electores menores de 80 años provenientes de todo el mundo. Este evento se lleva a cabo en la Capilla Sixtina, en el Vaticano, donde se encierran hasta alcanzar un acuerdo sobre quién será el nuevo Papa.
El Cónclave suele convocarse entre 15 y 20 días después del fallecimiento, tiempo que se destina para los preparativos, las ceremonias fúnebres y permitir que los cardenales viajen hasta Roma. Durante esas jornadas, se celebran misas y se recuerda el legado del pontífice fallecido.
Durante la elección, los cardenales votan en rondas secretas. Si después de cada votación no hay acuerdo, se queman las papeletas con sustancias químicas que generan humo negro. Cuando finalmente se elige a un nuevo Papa, el humo que sale de la chimenea de la Capilla Sixtina es blanco, señalando al mundo que hay un sucesor.
El elegido acepta su nombramiento y elige su nombre papal, siendo anunciado poco después desde el balcón de la Basílica de San Pedro.
Este ritual milenario no solo define al nuevo líder espiritual de los católicos, sino que también marca el inicio de una nueva etapa para la Iglesia.